

La tendencia a clasificar los comportamientos en las relaciones de pareja mediante etiquetas como “green flag” y “red flag” responde a una búsqueda de sentido y control en el ámbito afectivo, según explicó la psicóloga clínica Laura Pérez.
Esta necesidad de categorizar, detalló la especialista en entrevista con Infobae Colombia, se origina en la inclinación del cerebro humano a organizar las conductas para disminuir la incertidumbre emocional y anticipar posibles amenazas o decepciones.
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Pérez señaló que, en muchos casos, este impulso refleja inseguridad, experiencias previas de desconfianza o un modelo de apego ansioso, donde la persona intenta comprender al otro para protegerse del dolor o del rechazo.
La popularización de estos dos términos en el discurso cotidiano, especialmente en redes sociales, obedece a la intención de abreviar la comprensión de las dinámicas afectivas. No obstante, Pérez advirtió que esto puede tener consecuencias relevantes:
“El uso de términos como ‘green flags’ y ‘red flags’ surge de la necesidad social de simplificar la comprensión de las dinámicas afectivas, especialmente en contextos donde las personas buscan identificar señales de bienestar o de riesgo emocional”.

Y agregó que: “Sin embargo, su popularización tiene implicaciones importantes: al reducir comportamientos complejos a etiquetas binarias, se corre el riesgo de perder matices y contextos personales. Desde la psicología, es útil reconocer que las red flags y green flags pueden orientar, pero no reemplazan la reflexión, el diálogo ni la comprensión del vínculo específico. Además, su uso masivo en redes sociales puede promover juicios rápidos y relaciones basadas en la vigilancia, más que en la comunicación y la empatía”.
La especialista subrayó que la difusión de estos conceptos por parte de personas sin formación en salud mental en plataformas digitales puede derivar en la trivialización de herramientas clínicas, transformándolas en frases simplificadas o juicios morales.
“Cuando personas sin formación en salud mental difunden este tipo de contenido en redes sociales, surgen diversas repercusiones. En primer lugar, puede producirse una trivialización de conceptos psicológicos, transformando herramientas clínicas en frases simplificadas o juicios morales. Esto puede llevar a que las personas malinterpreten conductas normales como señales de alarma o que se patologicen dinámicas comunes de pareja. Además, la difusión sin contexto puede promover expectativas poco realistas sobre las relaciones y aumentar la confusión emocional, al presentar modelos de ‘normalidad’ o ‘toxicidad’ sin fundamento teórico”, afirmó Pérez.

De acuerdo con la psicóloga, aunque las “green flags” y “red flags” pueden servir como orientación inicial, no deben sustituir la reflexión profunda, el diálogo ni la comprensión de las particularidades de cada vínculo. La masificación de estos términos, especialmente cuando se difunden sin el respaldo de profesionales, puede fomentar interpretaciones erróneas y relaciones marcadas por la vigilancia y la desconfianza, en lugar de la comunicación y la empatía.
La influencia de las redes sociales en la percepción de las relaciones personales entre los jóvenes se ha intensificado, especialmente a través de conceptos como red flags y green flags.
Una joven usuaria habitual de estas plataformas compartió con Infobae Colombia su visión sobre cómo estos términos moldean la manera en que su generación interpreta el comportamiento en pareja: “Como jóvenes, es muy fácil creer todo lo que vemos en redes sociales, especialmente porque estamos consumiendo constantemente contenido que habla de red flags, green flags, bare minimum y ‘princess treatment’”, afirmó.
La entrevistada subrayó que la interpretación de estas señales no es universal, ya que lo que para algunos representa una advertencia, para otros, puede ser completamente aceptable.
“Para algunas personas, ciertas actitudes pueden ser señales de alerta, mientras que para otras son comportamientos normales o aceptables. Sin embargo, también es cierto que hay puntos medios en los que la mayoría coincide”, explicó.

Al reflexionar sobre su propia experiencia, la joven destacó la importancia de mantener una perspectiva personal y crítica frente al contenido que circula en internet: “En mi caso, sí he llegado a ver este tipo de contenido, pero siempre teniendo en cuenta la moral que he construido a lo largo de mi vida y la manera en que esos valores influyen en cómo se interpreta lo que consumo en redes sociales”.
La entrevistada reconoció que el consumo de estos materiales puede tener un efecto positivo si se utiliza como herramienta de autoconocimiento, aunque advirtió sobre los riesgos de dejarse llevar completamente por las tendencias digitales: “Creo que consumir este contenido puede ayudarnos a reflexionar sobre lo que queremos, pero también puede ser peligroso si dejamos que internet defina completamente cómo deben ser las relaciones”, sostuvo.
Finalmente, remarcó el valor de la autocrítica y la reflexión personal frente a la avalancha de información en redes: “Aunque disfruto consumir este tipo de contenido y ver cómo esta información puede ser tergiversada me ayuda a entender mejor mis propios límites, valores y también trato de verlo con un pensamiento crítico, aunque pueda ser difícil”, concluyó.
